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EL TATUADOR DE AUSCHWITZ  

Heather Morris

“Solo la muerte dura en este lugar”. 

Heather Morris es la periodista que tuvo la gran responsabilidad de compartir con el mundo la dolorosa y real historia de Lale Sokolov (nacido con el nombre de Ludwing Eisenberg y posteriormente modificado, al salir de los campos de concentración) quién fue un eslovaco judío prisionero en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Birkenau.

El joven Lale de 24 años, en aquel momento, fue separado de su familia sin tener muy claro a donde lo llevarían los alemanes, con la promesa de que no se llevarían a ningún otro miembro de su familia (la primera de numerosas mentiras), e insultando su dignidad y la de miles de judíos más, fueron transportados por tres días en un camión de ganado, y apenas poniendo un pie en el lugar se dio cuenta de que no estaba preparado para lo que estaba por vivir.

Despojados de sus escasas pertenencias, de su ropa, su dignidad y hasta de su identidad empezaron a vivir el horror de Auschwitz, llenos de impotencia al observar que ante la más mínima muestra de rebelión los alemanes disparaban sin pensarlo dos veces.

Al poco tiempo, Lale fue marcado permanentemente en el brazo izquierdo con el número 32407. Su nueva identidad limitada a esas cinco cifras.

Lale se hizo a sí mismo la promesa de que saldría de ahí con vida, así que utilizaba su aguda inteligencia para observar cómo funcionaba el sistema en el campo y así poder hacerse de influencias y si era posible, posicionarse en algún lugar que le concediera algunos privilegios o por lo menos vivir en condiciones un poco menos difíciles.

Así que poco a poco y haciendo uso de sus encantos naturales y de su astucia, le otorgaron el puesto de tatuador, lo que significaba que tendría su modesta pero propia habitación y dejaría de compartir cama con tres prisioneros más, además de raciones adicionales de comida. Lo único que lamentaba era extrañar a sus compañeros de bloque, con quienes se había empezado a formar un vínculo estrecho.

Y, en ese trabajo, la conoció a ella.

Fue amor a primera vista, mientras marcaba permanentemente su brazo con el número 34902 y se prometió que cuando saliera de ese amargo infierno, la encontraría.

Así que mientras la buscaba y pensaba en la manera de coincidir con ella y saber por lo menos su nombre, Lale aprovechaba su puesto relativamente privilegiado para obtener algunos beneficios, como raciones adicionales de comida como papas y pan duro, y las compartía con los prisioneros del bloque en el que solía vivir.

Hacía sus pequeños trueques con gente del pueblo que iba a trabajar al campo pero regresaban a su casa diariamente y así se hacía de sus reservas de comida, medicamentos y hasta chocolate, que los usaba para compartir y para sobornar a algunas autoridades del campo. Lo cual era muy peligroso porque de haberse enterado los más altos kapos lo hubieran matado inmediatamente.

Y cuando empezó a coincidir con la chica de la que se enamoró a primera vista, descubrió que su nombre era Gita, aunque no compartía mucho de sí misma, ella también se enamoró de él y Lale le prometió que saldrían de ahí para hacer una vida juntos, tener hijos y ser felices.

Y así viven tres años de su vida, sin la certeza de si estarían vivos para el día siguiente, por las numerosas razones por las que miles de judíos morían ahí todos los días: por enfermedad, desnutrición, frío, por suicidio que cometían al correr hacia la valla electrificada, o por el gatillo fácil de los nazis.

Y en todo ese tiempo, fueron testigos de cómo los nazis también se encargaban de exterminar a tanta gente en las cámaras de gas, era fácil para el resto de los prisioneros saber cuando estaban operando porque mientras realizaban sus trabajos habituales las cenizas expulsadas de la cámara de cremación flotaban por encima de ellos y hasta las sentían en el rostro, experimentando la rabia por no poder hacer nada al respecto, de saber quiénes exactamente estaban ahí, porque se habían llevado a la fuerza a esas personas que ya eran tan cercanas, su nueva familia, por la mañana.

Un día cualquiera se dio el aviso de que los prisioneros se trasladarían a otro campo de concentración por la pronta llegada del enemigo, el ejército ruso.

Y así, Lale y Gita fueron separados, y tuvieron que sortear con muchas dificultades para sobrevivir aun fuera del campo, pero la incansable creatividad de Lale y su habilidad para resolver problemas, construyeron el camino para hacerlo volver con Gita.

Al final, se hace una breve historia de lo que hicieron el resto de su vida, y me pareció encantador que el hijo de ellos, Gary (a quién les costó mucho concebir) escribiera una nota final de cómo fueron sus padres, y en este texto es palpable cómo para sus padres, vivir todas estas cosas horribles en el campo los afectó y marcó para siempre, pero también se puede detectar cómo aprendieron tanto de esta experiencia, lo que les dio lecciones de vida que se convirtieron en herramientas para poder lidiar y soportar con el resto de lo que les deparó la vida.

Heather Morris escribe un apartado en el que explica cómo fue esta travesía de escribir este libro, Lale, ya era un anciano cuando la eligió para que escribiera sobre su experiencia en el campo, ella no alcanzó a conocer a Gita, pues murió pocos años antes. Y esa era la urgencia de Lale de compartir su historia con el mundo, tenía que irse… tenía que regresar con Gita.

Es una novela es tan hermosa, desgarradora, inspiradora… Llena de amor, de sacrificios, dudas existenciales y hasta de la pérdida de la fe y retrata claramente cómo la voluntad, la creatividad y el deseo de permanecer vivo te lleva a soportar y vivir y superar hasta  las más terribles condiciones.

Y también es testimonio de una de las etapas más impactantes y terribles que ha sufrido el mundo, que pienso que nos enseña lo efímera que es la vida, y de lo agradecidos que deberíamos estar por cada segundo que se nos concede en este plano, y que, al igual que Lale, todos podemos dejar un legado, todos podemos hacer algo por los demás, aunque pensemos, erróneamente, que no tenemos nada que ofrecer.

 

“El centelleo de las estrellas en lo alto ya no es un consuelo. Simplemente le recuerdan el abismo que hay entre lo que la vida puede se4r y lo que es en ese momento”.

 

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2 Comentarios

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